Perreo vs Puritanismo o La increíble historia de una moto y una mami.
Por: Adriana Fonte Preciado
Cómo sobrevivir a un mundo post-pandémico y lograr escapar del fenómeno de la oleada popular. No, no se puede simplemente vetar Motomami. No porque guste o disguste, he de aclarar, sino porque no hay escapatoria.
Palmas flamencas y uñas bien choni. La imagen de la catalana me llega en los años universitarios con una mezcla rocambolesca entre lo que se debe y lo que no se dice. El mal querer era una fórmula desorbitada que por aquel entonces no me gustó ni un poco. Aún vivía en casa con mis padres, nací en el seno de una familia que no se deshizo ni de una etiqueta.
Fue un simple click, Rosalía quedó descartada de mi playlist. Aquello era más de lo mismo, al menos eso pensé, pero sobrevivió al par de años que le siguieron a Malamente.
Llegó 2022 entre las soledades y la zozobra de miles del cementerio, que más de una lección dejó.
Hace pocos meses debutamos en el nuevo año hasta que a mi alrededor se pararon los calendarios, se activaron varias alarmas y comenzaron los conteos regresivos para el acontecimiento. ¿Qué era? ¿Otra ola de Covid? ¿Acaso la guerra en Ucrania? ¿O los presos políticos?
La respuesta es aún más compleja: estaba a punto de salir Motomami al mercado.
Yo, que soy de oído rígido, había abandonado la expectativa sobre el ahora. “La música murió en 1750, junto a Bach”. No es broma, lo tenía tatuado en el tímpano y lo proclamaba en cada esquina. El tufo bufandero es una filia que padecemos muchos y no me victimizo.
Pero el cántaro va a la fuente y la Rosalía a mi oído. No pude más entre estados, posts, artículos, conversaciones. El fenómeno se enclaustró entre los audífonos y Hentai se me pegó como un mal vicio. No sabía si banda sonora de Disney o porno, pero aquello hablaba de algo que se supone que las damas no digan. La voz en falsete proclamaba mi derecho, me lo tomé personal, también me gusta el hentai y lo coleccionaba mucho antes de Motomami.
- ¡Oye lo que tenemos que decir!
Y sí, no solo me la aprendí, sino que me empezó a traer recuerdos empalagosos que uno solo le reserva a Sabina y sus metástasis.
So so good, el espanglish y el Saoko, papi, Saoko me llevan a esos sitios, me enfrentan esos vecinos a los que no me gusta saludar. Miedo a oír lo mismo que ellos por no bajarle un par de rayas a mi pedante letanía. Pero si nadie me ve, le hago guiños a Chocolate MC porque sí, porque lo llevo en la sangre y sanseacabó.
Ya que estaba, oía un par de temas más, flor de Sakura y algo de latinidad. Me entraron ganas de fumar, extraño el humo saliendo de mi boca y no sé por qué pienso en eso. Sobraban amigos que brindaran todo el contenido y continente, contexto necesario para entenderlo, la vida privada de la artista, novio y exnovio, conceptos filosóficos mediantes, un tratado de estética con marca registrada.
Rosalía era la mostra y todo el mundo lo tenía claro, menos yo…que aún no culmino el disco, la meloterapia tiene resultados acumulativos y no se le puede entrar de frente a este álbum de abstracciones, hay que rodearlo, tocarlo de afuera hacia dentro, comenzar por el borde frío.
“El irresistible ascenso de Motomami y la increíble y triste caída de la filosofía” Títulos de esos que saltan cada vez a la pantalla. La desazón de los amantes de Bach, como yo, no duda en lanzar parrafadas viejunas. Tampoco falta quien la compare con Bécquer y Quevedo en un intento de enmarcar habilidades literarias filtradas en Auto-tune.
Si bien es cierto que la mami en moto, desnuda en miniatura y defendiendo la soberanía con perreo, despierta algunos instintos básicos, tampoco hagamos el ejercicio simple de acomodarnos bajo la sayuela de la crítica con su tradicional forma de romper la tradición.
No me atrevo a aseverar, tendría que escuchar el par de temas que me quedan, tal vez se me peguen unas rimas de más y la Rosalía sea mi nuevo MC. De todas formas no hay nada más irritante que oír a Bach mientras te apropias del sudor ajeno en los confines de una guagua en hora pico, Bach era germánico. Hago un último esfuerzo: se repite G3 N15, no está mal. El día se despeja en un sueño consumista de verme en traje Versage y cantar flamenco, en decirle a mi novio lo que quiero hacer esta noche a la par del vaivén trapero. Sudo a la par del descubrimiento: esto le gustará a mis amigos, lanzaré la parrafada si total, la pandemia y Ucrania serán las mismas, Bach está muerto hace unos cuantos siglos y los conciertos de Música de Cámara de La Habana son los domingos a las cinco de la tarde.
Hoy voy al pollo del arroz con pollo, al “Chicken Teriyaki” y no me leo este documento de 10 megabytes que acabo de recibir sobre la historia que envuelve a mi nueva playlist. Hoy la historia de Motomami la escribo yo, hoy oigo lo que quiero y recuerdo lo empalagoso del amor sabinero mezclado con reguetón y flamenco.
… y si tu instinto más básico no despierta al ver a una mujer frontear, no vengas a verme, estoy ocupada entre audífonos y etiquetas rotas. No se puede vetar Motomami, simplemente no se puede.