Pieles

La Jeringa
7 min readAug 21, 2023

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Por: Nathalie Mesa Sánchez

Ilustra: Javier Vila

– ¿Eres racista? –le preguntaste directamente a ese rubio hermoso que ni caso te había hecho durante toda la tarde. Te habían dicho tus amigos que Alejandro, desde que había llegado a Cuba, no había mirado a ninguna mujer.

Su rostro cambió tras su asombro por la pregunta.

Por momentos pensaste que habías sido demasiado directa y pudiste haberlo ofendido. Sin embargo, sabías que regresaría en unas horas para su natal Colombia y no había tiempo para rodeos. La pregunta era una buena forma de llamar su atención.

– ¿Por qué me dices eso? ¿Tengo imagen de ser racista? –te respondió Alejandro.

–Es que no me has mirado en toda la tarde y has hablado con mujeres que, casualmente son blancas, pero no conmigo –dijiste, sabiendo lo absurdo de la idea.

Titubeó para responderte:

–Es que no sabía qué decirte. Acabamos de conocernos –te contestó nervioso–. Y no soy racista. Pude no haberte mirado por timidez, por recato o porque no me cayeras bien, y eso no es algo que tenga que ver con tu color de piel. En cualquier caso, me alegra que rompieras el hielo. Eres una mujer muy hermosa. Y sí te había mirado, solo que tu belleza me intimidaba un poco. Estoy casado y eres una tentación para mí.

Dijo esto último con una sonrisa tímida. Te sonrojaste, pero aprovechaste su sinceridad para ser aún más directa:

– ¿Has probado alguna vez alguna mulata? Deberías probar, y si es cubana mucho mejor.

Alejandro seguía sorprendido por la naturalidad de la conversación. Quiso estar seguro de lo que había escuchado:

–Para estar claro, ¿me dices que debería probar contigo?

Hiciste un gesto tímido con la cabeza que daba a entender que era evidente que sí. Sentiste vergüenza, pues no esperabas una pregunta tan directa. Ahora la cazadora estaba siendo cazada.

Siguieron disfrutando de aquel restaurant donde te habías reunido con amigos de tu universidad. Alejandro era amigo de una de las parejas colegas tuyas, pero un intruso para ti. Ya estaban hablando en otros términos y tratando de cuadrar un tiempo para estar solos. Te llamó para un espacio menos concurrido y te dio un beso en los labios. Pensaste que ahora el atrevido era él. Nunca le dijiste que ese fue de los momentos más incómodos que has vivido. Estabas convencida que los cubanos que los vieron pensarían que era el clásico dúo de mulata y extranjero, igual a jineterismo barato.

Después del beso estabas más nerviosa que antes. Alejandro relajó tensiones confesándote que sí había estado con una mulata, una portorriqueña que conoció en su visita a ese país. Te contó que era una mujer muy bella, pero sin sal. No tenían temas de conversación y jamás pudieron hablar intimidades como las que acababa de tener contigo. En ese momento de confesiones le dijiste que era muy parecido, físicamente, a un chico con el que estuviste saliendo hacía tiempo y que te gustaba mucho. Fue entonces cuando él te pronunció las palabras mágicas:

–El sexo oral es como un vaso de agua: no se niega a nadie.

Ya no tenías más dudas. Ibas a acostarte con ese hombre cuanto antes.
Ese día no pudiste concretar nada. Cuando se despidieron esa noche, te quedaste con ganas de pedirle su número de móvil.

A las 20:38 le escribiste por Instagram.

–Alejandro… por favor, escríbeme cuando llegues, que me quedo preocupada.

–Hola. Llegué recién –te respondió a los 30 minutos.

–Perfecto. Más tranquila. Me encantó la plática.

–A mí también.

–Tenemos que vernos en privado –le escribiste.

– ¡ABSOLUTAMENTE! –exclamó eufórico, algo que te encantaba de él.

Y agregó:

–Así te puedo dar unos besos en otras partes sin apuro.

Flipaste con este último comentario. Automáticamente pensaste que no te habías equivocado en haberle echado el ojo. ¡Qué hombre!

Al día siguiente, tus amigos cuadraron otra visita a ese restaurant, como parte de la despedida a aquellos que regresaban a sus respectivos países. A todos les había gustado aquel espacio. Pensaste que no podrías ir por las labores sabatinas en casa, pero al llegar la tarde decidiste que sí. A las 17:53 le escribiste a Alejandro para preguntarle si se unía a ustedes. Te contestó afirmativamente casi dos horas después, tras despertar de una siesta involuntaria.

Ya en el espacio, no tuviste momento alguno de quedarte a solas con él para planificar algo. No querías que nadie supiera de vuestros deseos. Tuviste que improvisar y escribirle por Instagram, in situ y delante de todos:

– ¿Qué harás?

–Si quieres venir a mi departamento, estás más que invitada. El tema es hacerlo con discreción –te contestó casi de inmediato.

–De la discreción, me encargo –le aseguraste.

Luego cuadraste temas de logística, sobre todo el transporte de regreso a tu casa. Realmente te daba vergüenza pedirle quedarte con él esa noche. Era la primera vez que te acostarías con un extranjero en tu vida.

Condón tampoco tenían, otro problema por el cual echarle la culpa al bloqueo. Él tampoco tenía. No pensaba tener sexo en esta Isla. Pero todo apuntaba a que sucedería sí o sí.

El ambiente en aquel lugar estaba muy bueno. Disfrutabas haberte reunido con colegas que hacía 10 años no veías, pero también estabas deseosa por irte con Alejandro. Ya tenías el plan de escape, en el tiempo adecuado, pero mientras tanto tenías que hacer el paripé. Nadie sabía de tus conversaciones ni de la posterior fuga.

Te despediste de todos y Alejandro fingió que te acompañaría a coger un transporte para tu casa. Tomaron un taxi pequeño, montaste atrás y Alejandro fue de copiloto. En el recorrido, él estiró su brazo hacia ti y te lo introdujo por debajo del vestido. Te acarició suavemente la parte alta del muslo. Estabas lívida del nervio. Sobre todo, preocupada porque el chófer se percatara de la escena. Sin embargo, lo disfrutaste mucho: ese hombre te gustaba y no te arrepentías de haber llegado hasta allí. No obstante, nunca te sentiste más puta en tu vida.

Bajaron del taxi en la calle donde él se quedaba. La avenida estaba desolada a esa hora de la noche. Sentías el nerviosismo de ambos en lo trivial de la conversación. Alejandro, como todo un caballero, te comentó que no habría problemas si querías regresar y que te acompañaría a coger otro taxi. Te negaste rotundamente. Sabías que el temor que sentías era de la timidez de tu carácter y de la inmadurez de tus pocos años. Alejandro había conquistado tu sensibilidad con esta acción.

Ya en su apartamento, comieron un bocadillo en la sala, mientras intentabas calmar no solo el hambre, sino también tus nervios. Para tu sorpresa, fue él quien te besó. Otra vez la cazadora cazada. Él propuso poner algo de música, otra táctica para aliviar tensiones. Pasaron a la habitación y se besaron apasionadamente, con mucho más roce físico. Propusiste visitar el baño. Él aprovechó para quitarse toda la ropa, menos el calzoncillo. Saliendo del lavado te desnudaste completa. Todo era bastante natural, pero te sentías tensa. No dejabas de pensar que ibas a tener sexo con un extranjero y esa idea te excitaba, pero a la vez te daba un nervio agradable.

Volvieron en algún momento a la conversación de la ausencia de condones. Sin embargo, ya ambos sabían qué hacer en estos casos. Alejandro, ya encima de ti, te ofreció aquel vaso de agua que casi prometió que te daría. Notaste al instante que era un hombre con experiencia usando su lengua. Lo disfrutaste muchísimo. El orgasmo no tardó en llegar.

Cambiaron de posición. Tu boca saboreó su pene como si lo conociera de toda la vida. Su sabor te parecía delicioso. Exactamente como lo imaginaste. Cuando su semen llegó a tu boca te detuviste y fuiste a enjuagarte al baño. Él quedó tendido en la cama con las manos cubriéndole el rostro. Desearías saber al detalle todo lo que sintió.

Le pediste luego que te penetrara sin condón. Nunca pensaste que aceptaría. Estabas más que lista, así que su pene entró a ti muy fácil. Los deseos hacia él eran evidentes, gemiste en el preciso instante en que te lo introdujo. Cambiaste de posición, te subiste encima de él. Volviste a tener otro orgasmo y caíste satisfecha. Lo besaste en el cuello, el rostro y los labios. Le pediste que se viniera dentro de ti para que tuviera un final feliz. A esa locura no accedió, era demasiado arriesgado. Bastó una última chupada para que él quedara también satisfecho en este segundo round. Volvió a taparse el rostro levemente cuando su semen llegó a tu boca.

Te acostaste en sus brazos luego del sexo. Ya habías aceptado a quedarte con él esa noche. Todavía estabas un poco nerviosa, pero encantada. Había salido muy bien para ser la primera vez. La posición en la que estaban fue una de las veces en las que te sentiste más segura en los brazos de alguien.

A la mañana siguiente despertaron casi al unísono. Pensaste que era el fin de la experiencia. En breve volverían a ser dos extraños. Te despediste con un beso en los labios, teniendo la certeza que sería la última vez que se lo darías.

Por el camino pensaste que Alejandro te había calado dentro. No fue el sexo, sino el hecho de descubrir que es uno de los hombres más sensibles y respetuosos que has conocido en tu vida. Sin lugar a dudas, quisieras volver a repetir si algún día regresara a La Habana. De todas maneras, te llevas su amistad. Eso, para ti, vale más que cien vasos de agua.

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