Receta rimada para el Azufre Rojo
Por: Raúl Escobar Amador
Dedicado a B.
De rock en Cuba hay mucho que decir, y existen personas que podrían articularlo mucho mejor de lo que yo podría jamás. Sin embargo, creo que sí podría decir un par de cosas acerca de lo que es experimentar el rock, y más aún, de lo que ha sido el proceso de enamorarme de la idea de una banda de rock cubana, más allá de los prejuicios que se un servidor haya podido acarrear en su momento, al asumir que lo único que se producía en el ámbito rockero de la isla eran fusiones.
Sin más preámbulo, hablemos de Cínikos y el juego alquímico con que nos han encandilado con su reciente debut: “En el Salón de las Máscaras”, el cual fue, sin temor a equivocarme, la sorpresa más grata que me trajo la música joven cubana este año que justo hemos dejado atrás.
El disco abre con un suave arpegeo a modo de abertura melancólica. El vocalista, Alejandro Suárez, ya nos viene advirtiendo del cariz que van a tomar las cosas de este punto en adelante. Sin embargo, la emoción que transmite “Grunge” (que es el nombre del tema de apertura) es más la de la indecisión ante una puerta más que la puerta en sí. La indecisión de traspasar (o tal vez transgredir) un espacio peligroso, muy probablemente, el del dichoso salón, lugar real y metafórico que se construirá, ya lo veremos, a partir de la cohesión que presenta este álbum. Por su parte el tema, tal como empieza, termina.
Cuando pasamos a “Detenido ante la Ráfaga”, la indecisión ha terminado y, sea por la razón que sea, hemos atravesado el umbral. De este tema destaca mucho el riff pegadizo, excelentemente elaborado, igual que el coro, el cual es repetible y hasta tatuable. Suárez encarna a un humano x al que llamaremos “postilla humana”, pues si hay una característica visible en él, es la de persistir contra un viento cortante y ardiente. Es un himno breve de tozudez y obstinación que hace pensar en situaciones y lugares que a cualquiera que esté vivo le pueden ser familiares. De hecho, lo pegadizo de este tema muestra lo acertado de hacerlo el primer sencillo del álbum, pues es fácilmente memorable. El tipo de canciones que en vivo pueden durar hasta quince minutos y paran con el público aún deseando aullar un poco más. Por otra parte, también es nuestra primera presentación formal a la versatilidad de la voz cantante, la cual por lo visto sabe ondular como agua en un estanque de peces koi o perderse por las nubes en un grito agudo. La percusión, por su parte, acompaña de cerca a la guitarra y a la voz como latidos sanguíneos y constantes, distribuyéndose entre los tres el protagonismo de la canción. Si algún señalamiento podría hacerse de este tema, sería acaso que la distorsión podría ser un poco más “sucia” y aún funcionar en favor del tema, pero esto en realidad es una cuestión subjetiva, a la que además podemos dejar en paz pues hemos escuchado el tema en vivo y sabemos hasta donde puede llevarla Felipe, jugando con los sonidos.
El siguiente tema del disco, “Danza Macabra”, despierta en un servidor sentimientos complejos, pues, poéticamente, estamos hablando de uno de los mejores momentos del disco. De hecho, la letra es el aspecto más destacable de esta canción. Musicalmente tiene algo de secuela de “Detenido Ante la Ráfaga”. Efectivamente, la guitarra cae más bajo en su ronquera y en conjunto la instrumentación crea una geografía escabrosa para la voz de Suárez, que nos sorprende con un vibrato cerca del medio del tema. Por otra parte, es necesario mencionar le juego funky metalero del bajo en los puentes justo antes del solo de guitarra principal y al cierre primero de la canción. Y digo “primero” porque aquí ocurre la primera transmutación, la escabrosa costa se transforma de pronto en un espacio poco iluminado y seco que algo tiene de capilla monástica. Un cello y dos voces, la de Suárez y otra más grave, confluyen en un obituario en honor a alguien que, evidentemente, ya está muerto.
Y del réquiem pasamos al duelo. “Rey Rojo Perfecto” tiene una de las mejores intros del disco. En algo recuerda al “Little Wing” de Hendrix o al menos conocido “Catch the Rainbow”, de Ritchie Blackmore. Las partes lentas del tema explican la circunstancia, mientras que los coros son el hechizo de un hombre desesperado (¿quién iba a decir que un alquimista podía sufrir las mismas cosas que nosotros?) que clama a un espíritu protector que lo acune. Podríamos extendernos por las implicaciones mágicas del Rey Rojo al que se clama, pero basta decir que no cabría pedir protección mejor.
El segundo sencillo del disco es una canción bien distinta de “Detenido…”, aunque a su modo también es un himno. Algo tiene este tema que nos recuerda al indie furioso de los noventa, antes que al grunge propiamente dicho. Sin embargo, donde “Detenido…” es coreable, “Trovador” es discursivo, relatándonos un cuento de dos enfemedades: anhedonia y esperanza, pues, nuevamente, el humano x se niega a desvanecerse, pese a la persistencia de las adversidades incluso en la calma. El tema posee asimismo un breve pero contundente segmento de rap, surgido de una colaboración espontánea con Samuel Delgado, de Isla Escarlata. Así, el tema se alza entre balada y el más puro rock desafiante. Al punto que nos entra la sospecha de si el trovador del que se habla en la letra no será más bien un bardo bufonesco y atrevido, rebelde, en una palabra, antes que la asociación más directa que podamos hacernos del término desde nuestra perspectiva contemporánea.
“Pura Revelación” es quizá el tema más juvenil del disco, y nuestra próxima parada en el orden predeterminado del disco. Y no usamos el adjetivo en un sentido peyorativo ni mucho menos. El tema es veloz y directo (algo que, como hemos podido analizar, abunda en toda la obra). Si tuviera que resumirlo en una oración, sería en una cita directa de la canción: Nadie pide haber caído aquí. Y es el momento de hablar del elefante en la habitación, pues no puede quedar duda que la muerte, ya sea como destino o como opción, es uno de los puntos medulares del disco. Y este asunto, en este siglo, se encuentra tan banalizado y a la vez sensibilizado como no lo ha estado quizá en ningún punto de la historia. No se pide vivir, simplemente toca, y la muerte es el fin inevitable, ya porque llegue por su cuenta o porque uno, viajero al fin, la persiga. Tampoco creo que sea necesario resaltar la relación del rock con el suicidio. El caso es que, como humanos, nunca viene mal escuchar una voz que te grite y te recuerde no tiene por qué estar aguardando por ti para ninguna fanfarria. Citando a Blind Guardian: Life is a fact and is quite confusing. No creo que sea necesario añadir mucho más. Es un tema de rock puro, duro y corto, que casi tiene algo de punk en su crudeza. Y quizá, luego de meditar sobre su profundidad me lo tomaría como tema favorito del disco… pero aún no hemos terminado.
Le ha llegado el turno a la confusión, y con ella a la canción más decididamente (si no nos sensibilizamos demasiado con el término) suicida del disco: “Laberintos”. Las formas musicales de este tema se nos harán familiares, y con ello podemos empezar a encontrar el plumero de Cínikos. Las progresiones que les gustan. O tal vez es todo una misma canción que nos van hilando poco a poco. Este es uno de los temas en los que la voz cantante más destaca, dedicándonos un coro tal vez demasiado memorable e impactante, cualidades que siempre agradecemos de un coro. Por otra parte, la guitarra nos hila un solo extenso y muy envidiable que se abre como un par de alas grises y aletean (o descienden) junto con la base de percusión en el que sí creo que es el mejor cierre de canción de todo el disco.
Ahora, quiero acabar con una confesión, antes de hablar de la última canción: tenemos una relación muy complicada con los temas finales de los discos. Y supongo que se puede entender. Un disco debe abrir duro y terminar duro. “Retrato” es, y lo puedo decir sin que me quede nada por dentro, el mejor tema de todo el álbum, por lo musical, por lo lírico, por lo simbólico y todo lo demás. Si bien hemos pasado por el duelo y por la muerte, acabamos con vida, naciente y cruda. Latente. Hay muchas cosas autobiográficas en la letra de esta canción que inevitablemente nos hace pensar en las vidas del cantante y el baterista de la banda (son hermanos). Y aunque se intuyen sombras y recuerdos muy personales, están recubiertos de adornos que a todos nos son familiares. Son nuestras vidas, expuestas fuera de nuestros ojos, y el ciclo se repite justo al final, regresando a los acordes iniciales de “grunge” . Es un círculo infinito y nunca llega a terminarse del todo. Solo podríamos lamentar dos cosas sobre esta canción: que nunca la hayamos podido escuchar en vivo, o que tú, que estás leyendo esto, no la escuches.
Ahora, esta es la parte final en la que debemos decir si recomendamos el álbum “En el Salón de las Máscaras”, pero creo que eso ya es evidente. Si vives, respiras y alguna vez has lanzado una pregunta a tus adentros, es imposible quedar impasivo. Y por supuesto, si no te bastan las palabras, igual escúchalo y demuéstranos nuestro error.
Si hay alguna cosa que resaltar, en un sentido crítico del disco, podría ser que se extrañaron versiones de estudio de otros temas que escuchamos a la banda tocar en vivo, además de la cierta familiaridad musical entre al menos tres temas del disco, pero eso que una mente más quisquillosa podría llamar reiteración, se nos hace más una cohesión, sobre todo si se tienen en cuenta los otros detalles que hemos resaltado acerca de la unión musical y temática entre los temas.
“En el Salón de las Máscaras” ha sido una alegría de fin de año para nosotros y lo escucharemos en el hartazgo, mientras ubicamos a Cínikos en la historia de esas Super Novas de la historia del rock que alumbran a unas cuantas generaciones mucho después de que dejen de emitir luz. El disco está disponible en todas las plataformas, solo está esperando ser escuchado. Por nuestra parte, este año no publicamos un Spotify Wrapped, pero puedo garantizarles que en el del 2025 va a estar ahí.