Relación con el arte europeo UKIYO-E (VI)
Por: María Victoria Pérez Rodríguez
Cómo llega el ukiyo-e a Europa
El público occidental siempre ha mostrado fascinación por la cultura japonesa, en muchos casos clasificándola como exótica. Carácter adjudicado por la tradicional idea eurocéntrica donde es Europa líder y ejemplo de civilidad, cultura y buen hacer; por tanto, capaz de observar desde su superior e indiscutible posición rectora las otras costumbres. No por esto se debe dejar de reconocer la notoria influencia que ha ejercido Japón sobre el arte occidental. El detalle complejo del tema radica justamente en la imagen cultural que se mantenía proyectando la Isla hasta el siglo pasado.
Pocos ignoran el proceso de aislamiento iniciado por Japón en 1635, respecto al resto del mundo. Hecho que anula cualquier retroalimentación con el exterior de la Isla, durante un poco más de dos siglos. Tal situación se sostiene hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando en 1854 Japón firma acuerdos comerciales con Estados Unidos y Europa. Es desde este momento en el que se abre, muy lentamente, una verja por la que el mundo comienza a conocer poco a poco sobre el arte y la cultura de la tierra del sol naciente. Estos acuerdos comerciales resultan ser los que propician la llegada de arte y artesanías del conservador país Oriental, al expectante y curioso mundo Occidental.
Desde las primeras exportaciones, los objetos artísticos y de decoración como: la cerámica, bronces, tejidos y, especialmente, las estampas; contaron con una inmediata popularidad dentro del público europeo, sobre todo el ukiyo-e. La imagen hedonista mostraba la no tradicional forma de representar las costumbres, sus temas triviales, sus escenas de un mundo “inmoral”; son características más que suficientes para sufrir el descrédito de la crítica en Japón. Un desprestigio que dio paso a la admiración en Europa, sobre todo por parte de pintores impresionistas, post-impresionistas, simbolistas y modernistas, como Monet, Degas y Van Gogh, quienes las concibieron como expresiones artísticas de gran valor (Rubio-Hernández y Hernández- Santaolalla 2016, 677). Resulta más seductor el concepto de un mundo flotante, que el de la contemporaneidad en la que se vive.
Con esta apertura, el ukiyo-e comienza a ser difundido mediante revistas (1), exposiciones y galerías. No ha de perderse de vista que, con la firma de tales acuerdos y la rápida popularización del arte oriental, las colecciones en Occidente preferían coloridas estampas y libros ilustrados ukiyo-e. Aunque muy pocos coleccionistas en este primer instante, solo los más formados, valoran la estética karumi (2) presente en dichas estampas; conociendo su significado en relación al contexto en que se desarrolla.
Pasaron varios años antes de que se reconociera el valor de la estética japonesa y, solo después los occidentales comenzaron a comprender su arte en relación con su historia. Uno de los eventos más influyentes en este proceso de visibilización y reconocimiento del arte japonés son las Exposiciones Universales (3).
Al respecto, es importante señalar que Japón participa de forma activa en estas exhibiciones a partir de 1862 (4), en Londres; mostrando desde el inicio una imagen tradicional de la Isla, proyección de sí mismos que no variaría hasta después de la Primera Guerra Mundial. Pero la exhibición que marca un hito para las relaciones Occidente-Japón, es la de 1867 en Paris (5). Desde la década de los setenta Japón muestra al mundo sus logros técnicos y culturales, propiciando una retroalimentación entre la tierra del sol naciente y Europa.
A pesar de no ser el ukiyo-e uno de los productos protagonistas dentro de estas exhibiciones, no se tarda en suscitar el interés de los artistas en Francia. Con razón las presentaciones japonesas irían sobradas de éxito, pues hasta el momento solo se conocían pinturas que abordaban la cultura oriental desde la temática religiosa: específicamente la cristiana, debido a la influencia que hubo por parte de los misioneros cristianos llegados a Japón en el siglo XVI, hasta 1635.
La extensión pública que logra la estampa japonesa, sobre todo entre los jóvenes grupos de artistas que experimentaban con nuevas técnicas, marca el final del anquilosado mundo neoclásico y romántico de la academia europea. No es hecho del azar la buena acogida que disfruta el ukiyo-e tras su presentación en Occidente. Más bien se trata de condiciones y coincidencias temporales que jugaron a favor de la creación de un vínculo deudor de Europa con la estampa japonesa.
A finales del siglo, cuando Japón comienza a mostrarse, las escuelas europeas andaban en busca de nuevos derroteros a seguir. La saturación de la tendencia academicista provoca que la misma se vuelva insostenible y solo un nuevo referente: original, con un nuevo modo de acercarse al mundo físico –lejano al del realismo europeo-; sería aquel rayo de luz que aclare el nublado pensamiento. Es la escuela japonesa de ukiyo-e la que le ofrece al arte occidental una nueva belleza basada en composiciones descentradas u oblicuas, líneas esquemáticas y colores planos.
Entre las obras que mayor fascinación causaron se encuentran los grabados de Hokusai y de Hiroshige, llegando a ser de los pocos expuestos en galerías parisinas. Atendiendo a la admiración desarrollada por estos, no es de extrañar que los artistas incorporen algunas de sus características a sus trabajos. Si bien hasta el momento se había empleado la técnica de la perspectiva para reproducir la realidad en dos dimensiones, recurriendo al uso de luces y sombras en busca de duplicar la vida en una imagen con la mayor verosimilitud posible; la academia no se libera del inconsciente subjetivismo aplicado por cada uno de sus discípulos. Jóvenes artistas que deseaban ir más allá de la reproducción.
En este momento de la estética europea, el arte del Ukiyo-e presenta una nueva manera de mirar al objeto, desde un punto de vista diferente. (…) indicó cómo representar el espacio en una dirección diagonal para pintar la profundidad, sin necesidad de recurrir a la técnica de la perspectiva; por fin, sugirió también el modo de presentar al objeto imprimiéndole un sentido de movimiento. El Ukiyo-e enseñaba que había la posibilidad de fijarse en el objeto principal solamente, agrandándolo, prescindiendo del fondo del cuadro… (García Gutiérrez 2016, 20)
Para los artistas europeos del siglo XIX, las nuevas técnicas, temáticas y enfoques que muestra el ukiyo-e, son una auténtica revelación. Por lo que estos lo transforman en la base sobre las que levantarán las nuevas corrientes artísticas: impresionismo y postimpresionismo –incluso el Art Nouveau-. Ambas deudoras de la cultura nipona, fuente del nuevo lenguaje catalizador del arte moderno.
Justo en el año en el que Claude Monet (6) realiza la primera pintura impresionista (7), el coleccionista y crítico francés Philippe Burty acuña el término japonisme (8), que se traduce como japonismo, para hacer referencia a los rasgos de los grabados japoneses presentes en la nueva tendencia. Aunque la mayor parte de los artistas europeos nunca viajaron a Japón, se hace evidente el contacto con el arte de la región a través de las, ya referidas colecciones iniciadas a mitad de siglo.
Cómo influye el ukiyo-e en el arte europeo
Puede afirmarse que, una de las variaciones más influenciada por la estampa japonesa, en el desarrollo pictórico occidental de finales del siglo XIX, es en cuanto a temática. El comienzo del impresionismo ha de venir acompañado de la inclusión de una iconografía cotidiana: escenas de la naturaleza y retratos espontáneos; siendo estas “novedades” la esencia del nuevo ismo.
Por su parte, en el ukiyo-e guiado por un nuevo sentimiento de la verdad, pueden encontrarse representaciones de hojas movidas por el viento, el vaivén de las olas, los sutiles cambios atmosféricos y de luminosidad –los efectos del clima- o simplemente los fugaces momentos de cambios de posturas o gestos de los personajes retratados. La mayoría de estas estampas coleccionadas en Europa eran fiel testimonio del paisaje japonés. Entre las de mayor difusión se encuentran las treinta y seis vistas del monte Fuji (9), serie que se adelanta considerablemente –dejando claro la fuerte referencia que simbolizó para- a las representaciones impresionistas –del último cuarto de siglo-, donde se retrata una misma figura desde diferentes perspectivas.
Claude Monet es uno de los que encuentra en la pintura del ukiyo-e y sobre todo en Katsushika Hokusai, una línea a seguir. Para 1876, realizaría La japonesa, obra donde se representa a una joven vestida con un kimono rojo que porta un abanico y a su vez aparece sobre un fondo neutro con abanicos orientales adornando una pared. Con una pose típicamente japonesa, de medio lado con la cabeza girada hacia atrás.
También se encuentra la icónica colección de Monet, de representaciones del Puente japonés que pertenece a su jardín, donde muestra las representaciones cotidianas y el trabajo con una misma escena en diferentes momentos. Es, sin duda, el énfasis en el empleo de los colores, la fascinación por mostrar el color de un instante efímero, la representación de diferentes condiciones medioambientales; lo que estimula a Monet a continuar creando obras como la serie antes mencionada. Tal es el caso de: La fachada de la Catedral de Rouen (1892–1894) –serie de aproximadamente treinta imágenes de diferentes momentos del día, buscando variaciones en el tono de la luz-; Los almiares (iniciada en 1890) –serie de aproximadamente treinta pinturas que buscan la imagen de un mismo objeto desde diferentes perspectivas, en diferentes épocas del año y horarios variables en el día.
Degas, quien también aprende de Hokusai, aunque en su caso particular opta por explorar la belleza del cuerpo humano en movimiento, Desarrolla obras en las que es apreciable la influencia temática cuando se comparan sus series de mujeres bañándose y peinándose, con las representaciones voyeristas de mujeres bañistas de los ukiyo-e.
Desde un punto de vista más técnico, también es apreciable cómo influyen ciertas características de la estampa como: la utilización de grandes masas de color, una casi ausencia de sombras, cierta despreocupación por la perspectiva, los encuadres asimétricos de las escenas y la capacidad de síntesis que poco a poco comienza a llamar la atención de los impresionistas.
El ukiyo-e propone un cambio de perspectiva -podría decirse- radical en comparación al trabajado durante los últimos siglos de arte europeo; esto provoca que no la mayoría de los impresionistas lo aplicaran tal cual. Por lo general las estampas japonesas son composiciones bastante planas –justo por la forma en que trabajan la perspectiva- con bloques sólidos de color y líneas bien marcadas.
Si bien la tendencia impresionista consistiría en dar cierto sentido de profundidad, existe el caso, como es el de Mary Cassatt (10), quien adopta la estética de la estampa en sus obras. Aunque se hace evidente el tratamiento occidental: en los ropajes, la decoración de las escenas, los rasgos faciales de los personajes, no es menospreciable el interés por hacer propia la estética del ukiyo-e en cuanto a perspectiva, colores y las marcadas líneas definitorias para las figuras.
También, el uso de colores fríos y ciertos efectos de transparencia, dando la libertad de usar colores irreales provocan que el nuevo ismo se aleje de la perspectiva renacentista. El resultado es una obra carente de detalles y de exactitud, con encuadres atrevidos, todo muy light; respondiendo a esa estética kamuri antes mencionada. Ninguna obra podría reflejar tales características mejor que las de Vincent Van Gogh. Quien descubre el género al mudarse a París en 1886, y comienza a manifestar un profundo respeto hacia él. Desde entonces no solo se inspira en el ukiyo-e para crear sus obras, sino que copia las estampas de Ando Hiroshige, las enmarcaba y firmaba como si fuesen originales. Una de las obras más hermosas que realiza influenciado por los motivos nipones es: Almendro en flor (1890). Inspirado por el nacimiento del hijo de su hermano, Van Gogh elige el almendro como símbolo de nueva vida — cuyo florecimiento anuncia la primavera en Francia. Tal idea no podía surgir de otra cultura que no fuera la japonesa, donde las emociones se representan mediante la naturaleza.
No es menos notablela aparición de la vestimenta y complementos tradicionales japoneses –kimonos, abanicos, paraguas- como elementos recurrentes en la obras impresionistas, aunque no necesariamente protagonistas de las piezas. Los ejemplos pueden encontrarse en las siguientes referencias: Eduard Manet, otro gran admirador del ukiyo-e, lo demuestra en varias de obras donde reduce los efectos de la luz y la sombra al mínimo, sustituyéndolas por brillantes superficies de colores planos. Tal es el caso de su obra: Retrato de Zola (1868), donde además de aplicar las técnicas de color similares a las de la estampa; por si no fuera evidente la relación, incorpora varias referencias niponas en su obra –como el biombo, grabados, ilustraciones…- Caso similar es el de la obra, Capricho en púrpura y oro (1867) de James Abbott Mcneill Whistler, donde se presenta una mujer, ataviada a la usanza nipona, contemplando estampas –según la bibliografía- de Hokusai, junto a un biombo con motivos característicos de la cultura japonesa.
Por último y no menos importante, se hace imposible dejar de abordar la obra de Henri de Toulouse-Lautrec, si se habla de la influencia del ukiyo-e en Europa. Su obra, aunque no pictórica tradicional, refleja mucho de lo abordado hasta el momento y tiene más mérito por tratarse justamente del cartelista más destacado del siglo XIX. Aunque se desarrolla en el periodo de esplendor del impresionismo, Toulouse-Lautrec abandona el lirismo de los estilos precedentes para usar grandes zonas de colores planos, líneas negras bien marcadas y utilizando personas reales como referentes, no figuras idealizadas –como una mujer bebiendo en un bar.
El artista juega con la importancia del texto, siempre favoreciendo lo pictórico de sus carteles, casi obligando al espectador a enfocarse en las figuras representadas dentro de la llamativa composición asimétrica. En todos sus afiches se observa la influencia del ukiyo-e, pues casi adopta sus rasgos completamente incluso, su firma está inspirada en los sellos japoneses visibles en las estampas.
Acotaciones finales
La influencia japonesa en el arte del siglo XIX europeo, no solo sirvió de inspiración a los artistas impresionistas, sino que renovó el arte occidental y aportando novedosos enfoques, temáticas y técnicas a ese nuevo ismo que más tarde se convirtió en catalizador del arte moderno.
Si fuera imprescindible hacer un recuento de todos los recursos estilísticos típicos del japonismo, se podrían mencionar: el predominio del dibujo lineal, el uso de colores planos, el desuso de las sombras, los formatos alargados, el encuadre novedoso cortado y descentrado –haciendo alusión a la fotografía-, la perspectiva diagonal, la despreocupación por la profundidad, el silueteado oscuro, los contornos definidos y el gusto por una decoración ordenada. Todas y cada una de estas características proceden de los populares grabados ukiyo- e o estampas japonesas.
Es innegable la deuda que tiene el arte occidental actual con la cultura nipona. Esta influye en la renovación de la academia, aportando aquellos elementos vanguardistas que tanto solicitaba la época. Como se ha mencionado, no es solo la pintura la que es influenciada por el japonismo, más bien desde su apertura, Japón, genera una atracción irresistible para el público europeo, que desemboca en la asimilación, adaptación y renovación de la estética tradicional japonesa, en favor del surgimiento de la modernidad.
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NOTAS
1 Las publicaciones, especialmente las revistas ilustradas, gracias a sus grabados y fotografías difundieron también el arte japonés más allá del coleccionismo. Hubo revistas especializadas, como: Le Japon Artistique, de gran difusión en toda Europa, publicada en francés, inglés y alemán desde 1888 a 1890 con espléndidas litografías en color.
2 La belleza de las cosas corrientes, habladas de una forma simple. Término al que se hace referencia en: Engel, Heinrich. TheJapaneseHouse. A traditionforContemporaryArchitecture, p.428. Citado por; CarricarteMelgarez, Berta. Algunos principios de la estética japonesa, p.3
3 Las Exposiciones Universales son eventos en los que diferentes países, reunidos en un mismo recinto, exhiben y presentan al resto del mundo sus últimos avances en materia de industria y comercio, a la vez que buscan representar la esencia de su patria. En un principio, este tipo de acontecimientos nació con un carácter nacional, pero, en 1851, Londres decidió convocar una participación internacional, naciendo así la primera Exposición Universal. En este momento, Japón se encontraba inmerso en un aislamiento de contactos con el exterior; período en el que, sin embargo, floreció su cultura, consiguiendo un gran desarrollo. De este modo, Japón comenzó su apertura pocos años después de la celebración de esta primera Exposición, en 1853, ante la demanda de los Estados Unidos. (Alagón Laste 2016)
4 Japón apareció ya como país invitado, siendo la primera a la que asistió, tras haber sido convidado por sus organizadores en 1859. No obstante, pese a aceptar la invitación, delegó en el ministro británico en Japón, Rutherford Alcok, la selección del material. (Alagón Laste 2016)
5 En este caso, y tras la participación no oficial en la Expo de 1862, el gobierno japonés, que se encontraba en los últimos años del shogunato, decidió participar oficialmente en esta Exposición, lo que supuso el afianzamiento del interés europeo por el arte y la cultura japonesa, especialmente de sus artes decorativas. (Alagón Laste 2016)
6 Quien adquiere una enorme colección de estampas japonesas, la mayoría de las cuales todavía cuelgan de las paredes de su casa de Giverny.
7 Impresión, sol naciente. 1874
8 El japonismo es un concepto utilizado para describir el estudio del arte japonés y, específicamente, su influencia en los artistas europeo. Aunque este fenómeno estuvo presente en una gran variedad de corrientes — incluyendo el Art Nouveau y el Postimpresionismo- se relaciona más estrechamente con el impresionismo, ya que artistas como Claude Monet y Edgar Degas se inspiraron en los temas, las perspectivas y la composición las estampas japonesas. El término se utilizó por primera vez por Jules Claretie en su libro L´Art Francais, 1872.
9 Realizadas en distintos momentos del día y del año, entre 1831 y 1833, por Katsushika Hokusai. Representaba a la perfección el espacio y el movimiento. Por eso no es de extrañar que fuera una figura que mayor influencia ejerciera en Europa.
10 Pintora estadounidense, pasa gran parte de su vida Francia donde entabla amistad con Edgar Degas y se incorpora al movimiento impresionista.
BIBLIOGRAFÍA
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