Sadaharu Oh, el niño que no conocía el Sol
Por: Sender Escobar
A los cuatro años pidió un deseo: conocer lo que había fuera de casa. Era 1944 y Japón se encontraba inmerso en el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres, temerosos de que a la llegada de los norteamericanos el niño fuera asesinado, vivían en un sótano donde el pequeño Sadaharu no conocía otra luz que no fuera la eléctrica y no tenía más paisaje que la pintura de las paredes donde estaba recluido.
Salió del cautiverio familiar en 1946, cuando ya había pasado un año de la rendición nipona y el peso de dos bombas nucleares lanzadas en su tierra. Pero el número cuatro, igual que la edad con que pidió salir fuera de casa para conocer el Sol, sería el dígito que lo haría leyenda.
Diagnosticado con problemas de visión por lo años de encierro, la voluntad de Sadaharu no fue otra que dedicarse a un deporte casi religión en su país: el béisbol. Convencido de que no sería un gran bateador por su complexión delgada, decidió ser pitcher y no fue menos por el dominio constante a sus rivales desde el montículo, cuando desafiaba el azar con sus lanzamientos.
Los Gigantes de Yomiuri observaron las potencialidades del joven y lo contrataron, aunque no sería el centro del diamante el destino para el zurdo de diecinueve años. Llevado a la primera base, su primer año como profesional estuvo marcado por el bajo rendimiento ofensivo. Sin desestimarlo, la gerencia del equipo contrató a Hinoshi Arakawa como entrenador para Sadaharu. Bajo un nuevo método de entrenamiento, con influencias del zen y el aikido, Arakawa transformaría a Oh en el bateador más importante de la historia beisbolistica del Japón.
El pitcher realiza su lanzamiento; similar a un flamenco, Oh levanta la pierna derecha en el cajón de bateo y el swing encuentra una bola que viaja, más allá del terreno de juego, en dirección contraria a su recorrido inicial.
Desde entonces, hasta su retiro en 1980, conectaría más de treinta homeruns durante cada temporada y el cuatro tomaría un sentido de gloria en el recorrido de las bases. En quince temporadas lideró el departamento de los homeruns de la liga y en trece de modo consecutivo, mantuvo su dominio como el mayor slugger del país.
En 1964 instaura una marca que sería récord durante 49 años: 55 recorridos completos al cuadro durante una temporada, hasta que en el 2013 el pelotero Wladimir Balentien rompió el dominio histórico de Oh, finalizando la temporada ese año con 60 cuadrangulares.
Siempre vestido con el uniforme de los Giants en sus veintidós años como jugador activo, obtuvo todos los títulos colectivos posibles del béisbol japonés. En once oportunidades los Giants de Yomiuri serían campeones de la Serie de Japón y liderarían la Liga Central en catorce torneos. Sadaharu sería invitado a jugar en el juego de las estrellas en dieciocho encuentros y alcanzaría el título de MVP en nueve de las veces que su equipo conquistó el campeonato nacional.
Retirado como atleta en 1980, Oh puso sus conocimientos en función del deporte y durante cuatro años desde 1984 dirigió el equipo donde había estado siempre: los Giants. Sin cosechar los mismos éxitos como jugador, decidió apartarse de la dirigencia del equipo. Sin embargo regresaría al banquillo en 1995 como encargado principal de los Fukuoka SoftBank Hawks a quienes dirigió hasta el 2008, a pesar de inconsistencias e irregularidades en el inicio, Oh configuró un equipo sólido que alcanzaría tres campeonatos de la Liga del Pacífico y Dos Series de Japón.
Y llegó el 2006, las pasiones nacidas por un evento que concentraría los mejores equipos de beisbol del mundo tuvieron en marzo un mes de sorpresas, molestias y alegrías. El Primer Clásico Mundial de Beisbol fue la oportunidad donde Sadaharu probaría toda la capacidad de su tesón y experiencia. Derrotados dos veces por Corea del Sur en su grupo, Oh ajustó la rotación de bateo y el equipo liderado en terreno por el jardinero Ichiro Suzuki avanzó hasta semifinales para reencontrarse con su némesis inicial. Esta vez las estrategias y cálculos de Oh no fallaron, combinados con la exitosa técnica de bateo que lo había consagrado en sus años de atleta.
Un encuentro entre dos archipiélagos beisboleros tuvo en San Diego la final del evento que había arrobado al público cubano, pues sus peloteros de manera inesperada hicieron frente a equipos plagados de estrellas de Grandes Ligas para llegar a la ansiada y primera final del torneo. Cuba y Japón hicieron de los strikes y los batazos historia de pasiones encontradas, pues en cada uno de sus respectivos países, con geografías similares, la pelota más que nueve innings, era una forma de sentir la vida.
Los cubanos, a pesar de jugar con el empuje de un pueblo expectante en las gradas y a miles de kilómetros del Petco Park, no pudieron ante la creatividad deportiva, ofensiva y velocidad de los peloteros del país del sol naciente. Diez a seis fue el resultado definitivo y Japón, guiados por Sadaharu, alcanzaría la gloria mundial del beisbol.
Complicaciones de salud provocaron que se retirara de manera definitiva del deporte, pero el vínculo creado con un juego a la hora de enfrentar sus batallas deportivas y personales no impidieron que Sadaharu Oh, fuera menos frente a la vida.
Cuando la pelota hace su arco largo y alto más allá del campo de juego, el diamante y las gradas pertenecen de repente a un solo hombre. En ese breve, breve tiempo, estás libre de todas las exigencias y complicaciones, declararía en 1976.
Sadaharu Oh, el niño que no conocía la luz del sol, llegaría a conectar 868 home runs en su carrera como pelotero activo, el mayor record a nivel mundial en cualquier liga de beisbol y el cuatro como la edad en que pidió salir de casa y el número de bases pisadas en el trayecto de la bola más allá de las cercas de un estadio, sería la cifra del deseo convertido en realidad.