Sandra Guanche: la manifestación del alma
Por: Amanda Font Martínez
Como salida de un cuento de hadas llega la obra de la artista Sandra Guanche. Sandra, cuya formación es completamente autodidacta, nos comenta que hasta hace apenas tres años no pintaba, solo cuando estaba inspirada o cuando disponía de los materiales. “No fue hasta que conocí a Gustavo que empecé a pintar de verdad… el me hizo notar que era buena en lo que hacía y que podía explorarlo aún más”- me comentaba hace unos días mientras caminábamos luego de salir de su primera exposición en La Habana, en la Casa de Cultura de Centro Habana.
La obra de Sandra provoca un cierto estado de psicodelia o inmersión en nuestra propia individualidad, nos transporta a lo más profundo de nuestro ser, y en el camino nos mantiene en un estado de ensoñación cercano a lo onírico. La espiritualidad es inherente a su personalidad y por consiguiente a su obra, su alma queda plasmada en cada uno de sus lienzos, que a pesar de estar plagados de color poseen transparencia psíquica.
Su iconografía es bien peculiar, la mayoría de los personajes que representa poseen características andróginas, no obstante, determinados colores, objetos o símbolos, pueden servir en sus piezas como sustitutos de la sexualidad y la sensualidad de estos caracteres y que, además, se desborda de cada una de sus pinturas. Su profunda relación con el universo y su interpretación de este como macrocosmos la lleva a representar la naturaleza, con una mirada otra e imbuida de su fantasía. Emplaza sus piezas en espacios no definidos, salvo por el empleo del color, lo que genera la sensación de estar en medio de una burbuja cósmica. Los ojos, son quizás el elemento más distintivo de sus personajes, son la ventana al alma, siempre almendrados, con mirada profunda y la mayoría de las veces abiertos, mirando al espectador de frente, buscando en su interior o invitando a hacerlo desde uno mismo.
La introspección que emana de sus piezas y el modo de hacer tan minucioso, logran que el trabajo con las sombras y las trasparencias constituya un enlace más entre el espectador y las obras, nos hace perdernos en sus cuadros, por instantes somos uno con sus pinturas, nos teletransportamos a este lugar de paz y alcanzamos un estado de relajación y plenitud que nos abraza y nos acuna, como si de un sueño se tratase. Somos personajes ficticios en este camino a la meditación, la conexión con nosotros mismos y con la naturaleza, en esta búsqueda y a la vez guía espiritual.