Sobre Recaída
Por: Leyla Mancebo
Cada propósito en el arte (y en la vida) se alcanza a base de prueba y error. Si bien se puede intentar una y otra vez hasta concretar una obra, resulta más efectivo prepararse lo suficiente antes de dar ese primer paso que tanto riesgo representa. Algunos creen que la creación artística puede desligarse de toda instrucción y el apego a ciertos elementos formales, pero prescindir de estas prácticas trae como resultado que, cuando se vuelva a esas primeras veces, se podrá notar que falta estudio y a los más desgraciados talento.
Lo cierto es que no hay forma de saltarse el principio y a la Recaída de Jorge L. García le llegó el momento de hacerse realidad, y luego de tener el guión escrito desde hace par de años, en el último viernes de este julio se tuvo la oportunidad de presenciar la concreción de su primer intento como guionista y director. La proyección tuvo lugar en el Café Solás de la Habana Vieja. Se trata de un corto de 8 minutos y tiene como escenario una consulta de psicología donde Franco (Oscar Acosta) narra a los presentes la forma en que su adicción regula sus emociones y los motivos por los que no pretende desprenderse de ella.
La idea no es un problema, Franco es joven y quiere hacer arte, la adicción condiciona su vida y le ha tomado tiempo dilucidar si renunciar a ella o aprender a convivir con sus efectos. El conflicto comienza en cómo transmitir ese sentimiento sin caer en clichés, mas aquí se pueden identificar unos cuántos: el escenario de la consulta donde se desarrolla una especie de terapia de grupo, patrones físicos que reproducen la supuesta apariencia de un adicto e incluso el entorno oscuro y sombrío en que vive su protagonista son señales de escasos recursos al crear un contexto apropiado para desarrollar la historia. Estos errores pueden no ser graves y pasar inadvertidos, incluso el autor puede pensar que son aciertos, pero en la práctica denota falta de investigación o facilismo en el peor de los casos.
El corto fue realizado de forma independiente y con limitados recursos: aquellos que el propio equipo de producción pudo gestionar gracias al apoyo de amigos y personas comprometidas. El vestuario es simple porque no puede ni debe tomar protagonismo, a fin de cuentas la ropa proviene de clósets amigos a los que seguramente volvió luego de la filmación; lo mismo con el maquillaje o los elementos decorativos que intervienen en la puesta en pantalla. El equipo está conformado por personas que decidieron colaborar en la realización, la mayoría sin formación profesional.
Los personajes no están encarnados por actores profesionales, las interpretaciones pueden ser resumidas a un protagonista regular y cuatro personas siendo ellas mismas. Oscar Acosta trata de conmoverse con las ideas de su personaje pero ese esfuerzo no fructifica en una interpretación veraz, por momentos su discurso pierde autenticidad, no parece suyo, con un poco de imaginación puedes ver al guionista leyendo a su oído la próxima línea y luego, mejora el ritmo y casi es posible creerse lo que nos cuenta, casi.
Aún cuando las fallas en la dirección de actores son enormes, la mayoría de desaciertos provienen del guión y esto obstaculiza el entendimiento del monólogo como un todo lógico. Nos encontramos con Franco en un escenario forzado sin tener un móvil creíble para estar ahí, irrumpe contándole su vida a personas que funcionan como meros elementos decorativos para crear el ambiente que el director se propuso. La psicóloga es el motivo por el cuál llega a este escenario pero su presencia no se explota ni justifica, se limita a ser una escucha más de lo que este sujeto tiene para decir y a cada rato cambia de expresión o gesto aunque no haya una motivación real para hacerlo.
La fotografía es de las cosas que mejor funciona en Recaída. Su estética en las escenas fuera de la consulta, donde hay riqueza de ángulos y movimiento convulso de la cámara, nos recuerda como se siente esta persona y lo confuso de su mundo interior. Muy diferente sucede en la consulta, donde hace planos detalle innecesarios y vacíos en lugar de centrar la mirada en las particularidades expresivas de su protagonista. La mayoría del tiempo lo vemos desde un plano contrapicado que lo enaltece sin motivo, un desperdicio si tenemos en cuenta la posibilidad de poner el lente justo donde la mirada de la psicóloga, así este personaje habría tenido mayores posibilidades de convencer a sus interlocutores.
El escaso presupuesto no puede justificar el descuido de detalles como banda sonora o la ambientación de los escenarios en que se desarrolla, y aunque los errores de Recaída son notables a primera vista, otros necesitan de un pensamiento objetivo y a largo plazo. Es inaceptable utilizar música sobre la que no se tiene derechos de autor, esto condiciona el alcance del audiovisual y su aparición en diversos medios. Los escenarios estuvieron poco equilibrados: mientras la consulta resultó un espacio vacío y poco realista, la casa de Franco está bastante correcta, incluso su cuarto sobrecargado de información puede entenderse como un símbolo del infierno que experimenta cuando hace frente a su adicción.
Un cortometraje no es el fragmento de algo mayor, sino que en sí mismo debe incluir giros dramáticos significativos que mantengan la atención del espectador en todo momento. Quizás unos de los mayores fallos en Recaída es que la historia no tiene antecedentes, no sabemos por qué nuestro protagonista está donde está, no sabemos de quien nos habla e incluso discursa sobre sus emociones pero no parecen reales. El autor se equivocó al pensar que su personaje sería objeto de empatía gratuita, debió mostrarlo convencido de sí mismo, emocionado y además asignarle un monólogo coloquial con menos apropiaciones lingüísticas innecesarias, a fin de cuentas la idea es que sea creíble, ¿no?
Como ejercicio de iniciación Recaída tiene más pretensiones que resultados y casi ningún otro mérito que el de existir. Ha de ser utilizado por sus creadores como un referente de lo que no se debe repetir y una guía para emprender un camino hacia un mejor trabajo, más serio, ambicioso, con cuidado extremo de los detalles y sobre todo con una idea original más rica, que pueda ser transfigurada a un guión que haga viable mejores resultados.