Sorolla y la marquesa

La Jeringa
4 min readOct 3, 2023

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Por: Juglar habanero

Pasados ya cien años desde que su muerte en el n.º 37 del Paseo del General Martínez Campos, en el madrileño barrio de Almagro, privara al mundo de uno de los pocos maestros de la plástica que alcanzó un dominio excepcional de la luz, todavía hay quienes creen, erróneamente — dadas las veces que su nombre se ha asociado a la ciudad — , que Joaquín Sorolla fue un visitante asiduo de La Habana, algo que los habaneros lamentamos mucho reconocer que no; “el mejor pintor vivo del mundo”, como fue reconocido en 1908 por los especialistas de las desaparecidas Grafton Galleries de Londres, nunca visitó nuestra ciudad, aunque bien podríamos suponer que alguna vez sintiera curiosidad por perderse entre las intrincadas calles de La Habana Vieja o disfrutar de un refrescante guarapo, dejándose encantar por la serpenteante fachada de nuestra Catedral.

El pintor valenciano, de orígenes más bien humildes, huérfano de padres desde los dos años, se volvió uno de los precursores del impresionismo en España cuando esta corriente — nacida en el hervidero de ideas e innovaciones que fue el París de la segunda mitad del siglo XIX — era marginada de los salones de las academias. La independencia de Cuba en 1898 no supuso una ruptura con sus raíces españolas, aunque miembros influyentes de la República de inicios del siglo XX pretendieran “lavar” del cariz de sus ciudades cualquier alusión a su pasado colonial con hermosos bulevares y edificios de inspiración haussmaniana; lo español siguió siendo bien recibido, y Sorolla supo exacerbar en las familias más ricas de Cuba el apetito por el coleccionismo de arte. No obstante, la primera pieza suya que llega a La Habana lo hace un poco antes del advenimiento de la República.

Fue en 1894, a través de la habanera Inés María Goyri Adot, consorte del primer marqués de Balboa — cuya residencia todavía ocupa una manzana entera entre Egido y Zulueta — , y tía, además, de la legendaria Amelia Goyri de la Hoz, conocida popularmente como “La Milagrosa”; pero esa es otra historia. Según la historiadora del arte Elizabeth Laguna Enrique, la fecha en que se inscribe el retrato que Sorolla le hizo a este personaje de la aristocracia habanera de finales del siglo XIX, corresponde a la etapa de consolidación de su estilo, con sus pinceladas espontáneas y rápidas — para captar mejor la luz que cambiaba continuamente — , el empleo de colores brillantes, el rico tratamiento de la iluminación; sin embargo, la factura del retrato de la marquesa de Balboa se antoja más académica que iluminista.

Sorolla contaba con treinta y un años hacia esa fecha, y su talento como retratista era muy celebrado en los círculos burgueses de Madrid, un trabajo que, si bien algunos dicen que no toleraba, le granjeó relaciones con personajes influyentes de la vida social y política de la ciudad, que lo posicionaron mejor como artista. Sus encargos bien podían tener al modelo en vivo o — si estos deseaban ahorrarse las tediosas horas de posar sin mover un músculo — fotografiado. La última variante fue la elegida por los solicitantes del retrato, pues, aunque no lo crean, Retrato de la marquesa de Balboa fue hecho por Sorolla a partir de una fotografía de Goyri, que se publicó en el semanario El Fígaro poco después de que falleciera. La marquesa tenía cincuenta y dos años cuando Sorolla pintó el retrato — según las investigaciones de Laguna Enrique — , y, en la fotografía, en el lienzo, tenía treinta y siete.

Se sabe de la marquesa consorte que nació en La Habana, en abril de 1842, hija de Francisco Goyri, presidente del Banco Español de La Habana, natural de Bilbao, y de la criolla Inés María Adot. Entre las posesiones que la familia poseía figuraban acciones en el Banco Español de la Isla de Cuba y de la Segunda Compañía de Vapores de La Habana, además de una considerable dotación de esclavos, dos ingenios, un cafetal y una hacienda de cría de ganado. Se casa en 1868 con Pedro José Navarro de Balboa, alcalde municipal del Ayuntamiento de La Habana, senador del reino por la provincia de Puerto Príncipe, entre otros puestos relevantes en la vida política nacional, y, dignificado por Alfonso XII con el marquesado de Balboa — todavía vigente y asociado a la Casa Borbón. Consta que en junio de 1879 Goyri fue condecorada con la Real Orden de las Damas Nobles de la reina María Luisa, instituida por Carlos IV en 1792 a pedido de María Luisa de Parma para gratificar los servicios de mujeres de la nobleza; de hecho, se presume que la fotografía que Sorolla llevó al lienzo representa a Goyri el día que la dignificaron. Su matrimonio no tuvo descendencia, y murió en su palacete de Egido — sede posterior del Gobierno Provincial de La Habana — en noviembre de 1911.

En lo que respecta al retrato, se pagó a Sorolla unas 6.000 pesetas por él. La marquesa se presenta de espaldas, a medio cuerpo, dejando entrever tímidamente la silueta de su rostro. Los ojos de un espectador curioso, o avaro en algún caso, puede que se dejen embelesar por las perlas de la gargantilla en su cuello, en las que casi se puede descubrir la iridiscencia del nácar, o por la regia corona con que la modelo recoge en un moño alto su cabellera. Porta el distintivo que la reconoce como una dama de la Orden de la reina María Luisa, cuyos colores son el blanco y el morado; sin embargo, Sorolla sustituyó el morado de las franjas en la banda por cobalto. Un error inocente, seguro, del que tal vez en un futuro se creé una historia digna de ser novelada.

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