El cielo de la selva: gótico latinoamericano en la voz de Elaine Vilar Madruga
Por: Estefany González Ventura
En el imaginario colectivo la selva se asume como espacio laberíntico, casi impenetrable, donde se expande la naturaleza en estado de crudeza más puro. En cambio, si su tierra, sus piedras, las ramas de sus árboles, los insectos y el mismo cielo que le sirve de techo, se fusionaran como un solo ente con vida cual deidad: feroz, despiadada y hambrienta, las realidades que anidan a su alrededor, de forma inevitable, serían susceptibles a inquietantes mutaciones. Sobre este lienzo, Elaine Vilar Madrugada (La Habana, ) configura el relato de El cielo de la selva, una novela descomunal, con historias de cualquier parte, pero que huelen a tierra caribeña, latinoamérica e insularidad.
Publicada por Lava Editorial en el año 2023, esta obra se ha convertido en un fenómeno editorial. Obtuvo el Premio Nollegiu a la mejor novela del año en español, es parte de la shortlist del Premio Finestres de Narrativa en Castellano del año 2023 y fue elegida entre los 10 mejores libros del mismo año por Babelia, de El País.
Son mujeres las protagonistas de la narración: la vieja, Santa, Ifigenia y otras que van apareciendo en la selva y la hacienda –lugares contiguos que son escenario de la obra. Y es que la novela se viste de relato salvaje pero esconde bajo la manga una exploración sobre las dinámicas de poder y sometimiento que se ejercen sobre el cuerpo femenino. La maternidad, labor de entregar hijos a la vorágine del mundo, que, como la selva, demanda y devora, se posiciona como eje temático central. Estas reflexiones se tejen en medio de una historia tan desgarrante como adictiva, con personajes exquisitos que te dan las manos –manos ásperas– para contarte los hechos a través de su mirada, y escenas de gran teatralidad que a pocos dejan indiferentes. En El cielo de la Selva convergen la narración más sagaz y la poética más suave. Esto, tanto por el lenguaje, como por la estructuración del relato, que recuerda a Mientras Agonizo, de Faulkner, debido la ausencia de un desarrollo temporal lineal y la presencia de narradores múltiples. Y, aunque el poeta del Sur sea precursor de gran parte de la producción literaria occidental contemporánea, las mentoras que acompañaron el proceso escritural de Vilar Madrugada en esta novela fueron autoras latinoamericanas. En concreto, las que se suscriben en la espléndida generación del nuevo “boom” (si acaso se trata de un estallido fugaz); Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Fernanda Melchor, Samanta Schwellin, y la gran Mariana Enriquez. Son autoras que a través de su literatura tributan la memoria histórica de un continente marcado por la barbarie y el horror, tanto político, como social. Lo singular es que este ejercicio lo hacen desde el género de terror, homenajeando el folclore y la riqueza cultural de este fragmento territorial que es símbolo de exotismo turístico para muchos de decadencia para otros.
Las autoras del neogótico latinoamericano, junto a las que ahora se sienta Elaine, dejaron marcas tangibles en El cielo de la selva. Si bien, esto ha sido mencionado por la propia escritora, es posible si se visitan algunos de los títulos de estas mujeres, encontrar varios lugares y motivos recurrentes: el cuerpo femenino, la drogadicción, los horrores el narcotráfico, los desaparecidos por las dictaduras, la devoción a religiones consideradas profanas, la marginalidad, las relaciones de poder, la violencia de género, etc. El diálogo intertextual que se establece y la legitimación mutua, se perfilan con una fuerza disruptiva. Estas autoras, a través del tratamiento magistral que dan a estos tópicos, están hilando colectivamente un discurso literario contundente que redefine las narrativas dominantes en la región. ¿Existe la posibilidad de que estemos en presencia de un proceso que sugiere el establecimiento de un nuevo canon literario latinoamericano? (Sin ánimos de simplificar la complejidad inherente al establecimiento de un nuevo canon) Sí, a pesar de que no se trata de un proceso lineal ni homogéneo.
La conjugación de las voces de estas autoras femeninas equipara la que se establece en la selva de Elaine. Con la diferencia de que las mujeres de la novela acomodan sus decisiones a los estándares que les permite el acto de la supervivencia a la furia roja de la selva.
A suerte de relato cíclico, y mientras revisita la tradición clásica, en El cielo de la selva, Elaine construye un universo distópico de dioses y cuchillos, de niños y de crías, de ciudad y de selva, de un hombre y de muchas mujeres. Mujeres desgarradas y anuladas, mujeres que sirven a un dios tirano solo por el hecho de ser mujer. Esta novela levanta la voz en favor de todas las madres, hermanas y abuelas que perdieron su nombre. Por las que vivieron a la sombra del dios rojo. Y, sobre todo, por las que se alzaron un día y nos limpiaron el camino. ¡Machete a la selva!