Triángulo de la tristeza
Por: Ana Gabriela Leiva Cuervo
Galardonado anteriormente en el Festival de Cine de Cannes, el director sueco Ruben Ӧstlund, vuelve a ser merecedor del premio la Palma de Oro con su película Triangle of Sadness o Triángulo de la tristeza (2022). Caótica y bizarra, así podría describirse a groso modo esta última entrega de Ӧstlund. Lleno de metáforas, a veces difíciles de descifrar, el filme es concebido como una crítica a la sociedad capitalista.
Al inicio de la película explican el significado de “triángulo de la tristeza”, considerado ese espacio entre la frente y el entrecejo donde se forma esta figura al fruncir el ceño en señal de preocupación, molestia o angustia. El filme está dividido en tres etapas, haciendo referencia a los tres lados de un triángulo.
La primera etapa muestra a Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean), dos modelos que llevan una relación con rasgos tóxicos y superficiales. Aparecen discutiendo sobre la cuenta de un restaurante de lujo, donde Carl se escuda en la igualdad de género para que Yaya pague la comida, lo que trae consigo toda una discusión que se torna tediosa en cierto punto. Una pareja disfuncional que vive en la competencia constante de ver quién tiene el poder en la relación, con conflictos como quién gana más dinero o quién es más exitoso; siempre preocupados por sus redes sociales y la vida que muestran en estas. En este primer momento, el director sabe utilizar muy bien los detalles del ambiente que le dan tensión e incomodidad a la escena como una mosca volando, el ruido incesante de un limpiaparabrisas o las puertas de un elevador tratando de cerrarse constantemente.
En la segunda parte entramos en un yate exclusivo para personas ricas donde transcurre la mayor parte de la acción en el filme. Aquí se aprecian situaciones que ridiculizan los rasgos de frivolidad, arrogancia e intolerancia que exhiben los personajes de la clase alta, el esquema de los ricos mimados y terribles, y el abuso de poder por parte de estos. También entra en escena la clase trabajadora reflejada en los tripulantes del barco, que tiene sus propias diferencias como, por ejemplo, los que trabajan en la cubierta atendiendo directamente a los huéspedes son blancos y rubios, en cambio los empleados encargados de la limpieza y las labores en las salas de máquinas son inmigrantes, de piel oscura y rasgos asiáticos o africanos. Se hacen fuertes referencias a la disparidad de clases y a la defensa de diferentes posturas políticas por parte del capitán del barco (Woody Harrelson) que es un estadounidense comunista y un magnate ruso capitalista interpretado por Zlatko Buric.
En el último acto ocurre una reestructuración del sistema en función de la supervivencia luego de un naufragio, donde todos quedan subordinados a una señora que se encargaba de limpiar los baños en el yate pues es la única capacitada para ayudarlos a sobrevivir en la isla donde quedaron después del terrible accidente. Los hombres quedan bajo el poder de una mujer, dando a entender que la subordinación de la mujer hacia el hombre se encuentra estrechamente relacionada con el sistema de sociedad imperante.
Todos estos elementos de crítica los plasma el director con un humor cansado y repetitivo en muchas ocasiones, obstaculizando al espectador de llegar a la reflexión y el entendimiento. Ӧstlund muestra la venganza o liberación de los menos afortunados contra los privilegiados, pero marca el desprecio hacia todos sus personajes repartiendo en partes iguales la crueldad hacia cada uno. Se esfuerza tanto en hacer de ellos personas miserables que no profundiza en su psicología.
En conclusión, otra pieza audiovisual donde el director intenta hacer crítica social de forma rebuscada y caricaturizando de más a sus personajes, tanto que es incapaz de hacer que el espectador se identifique con ellos. Al final, es una película para entretener, una fuente de risa que no alcanza su claro objetivo ofreciendo un final inentendible dejándolo a la imaginación del espectador, que probablemente hasta ese punto estará tratando de descifrar alguna metáfora del inicio.
