Una fugaz mirada a la plástica cubana de los 60

La Jeringa
8 min readSep 18, 2020

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Por: Mariana Mora

Ilustra: Carlos Acosta

Los años 60 llegaron como una ráfaga convulsa de acciones e ideas donde los artistas de la Isla encontraron un universo de experimentación y cambios. La Revolución triunfante abría las posibilidades a un arte por y para el pueblo, a un arte honesto como dijera Fidel en “Palabras a los intelectuales” en 1961 y, diversas eran las preocupaciones de los artistas y escritores cubanos del momento.

La nueva vanguardia plástica de nuestro país se enfrentaba a crecientes retos en los ámbitos cultural, político y social, que tuvieron influencia en sus obras. Embebidos por los movimientos artísticos en boga dentro de las potencias culturales mundiales y dialogando también con corrientes de la vanguardia europea de inicios de siglo, supieron adaptarse, cada uno a su forma, a la realidad nacional y encontraron principalmente en la línea expresionista la vía más idónea para comunicar sus ideas; para plasmar en el lienzo el acontecer social cubano, la forma libre y espontánea del pensamiento, aunque no dejaron de experimentar con otras tendencias.

Fueron muchos los artistas que nos legaron una enorme y brillante obra en este período: Antonia Eiriz, Servando Cabrera Moreno, Mariano Rodríguez, Acosta León, Chago Armada, son solo algunos. Cada uno supo volcar en sus cuadros su forma de ver el cambio, a través de miradas individuales (en ocasiones críticas y muchas veces incomprendidas), de múltiples lenguajes, pero siempre de modo magistral.

Antonia Eiriz tenía una capacidad asombrosa y realmente impactante para expresar con fuertes líneas la realidad de los sesenta, su realidad. Su dramatismo intenso, su capacidad de conmover al espectador y sus rostros alargados que dan la sensación de que ahogaran un grito de dolor, son las principales características de su quehacer artístico. Eiriz rompió con reglas y cuadraturas establecidas para expresar otra parte del acontecer, pues “cuando muchas otras paletas refulgían de euforia, al reseñar la epopeya del cambio, Antonia se permitió restringir su expresión a las luces y las sombras que pudieran trasuntar todo lo que de dramático y contradictorio tenían también aquellos difíciles años”. (Caballero, La aspereza que precede al amor, 1995).

El expresionismo grotesco de sus cuadros y su particular mirada a la sociedad revolucionaria, fueron algunas de las razones que provocaron cierta incomprensión hacia sus creaciones. Obras como La anunciación o Tribunas demuestran que, allende de estigmas y pautas marcadas, el arte de Antonia iba más allá, trascendía tiempos y creaba nuevas visiones. La anunciación, clara sátira y referencia al tema bíblico tan conocido, no anticipa vida sino muerte, caos; el tiempo que se va mientras la costurera, quien representa al pueblo, trabaja día a día delante de la máquina para vivir. Eiriz anuncia así “la otra mirada”.

Antonia Eiriz “La Anunciación” (1963–1964). Fotos tomadas de internet

Son esas otras visiones las que caracterizaron a los artistas de la época: el hombre, sus circunstancias y problemas como centro de la creación. En este contexto debe ser necesariamente referido un artista que, apoyándose en el humor y la reflexión crítica, logró llevar su pintura a través del discurso sobre la moral y las deformaciones éticas. Basta con mencionar algunas de sus obras como La llave del golfo o sacar a la luz su personaje Salomón para saber que se trata de Chago Armada y su visión de la Cuba de los 60. Sus representaciones de la anatomía humana, sobre todo de la masculina, los símbolos claramente fálicos que no pretendía disimular, son alusiones a lo que él entendía como una Cuba viril.

Chago Armada “La llave del golfo” (1967)

En cambio, Ángel Acosta León deja ver una evidente obsesión por los objetos cotidianos como cafeteras, carros, colgantes, dada por su formación como chofer de ómnibus. Representa el dolor de los objetos, como si fueran seres pensantes, o quizás el dolor humano desde los objetos, el dolor mismo del artista. Maquinarias inmensas, casi monstruosas que salen de su cotidianeidad y se explayan en el lienzo, se desarman, se retuercen y crean nuevos “seres” y emociones. Sus grandes estructuras reflejan sus impresiones ante todos los sucesos que ocurrían. Sus obras “no son cuadros de historia, aunque no se puedan explicar bien sin ella”. (Catálogo Arte Cubano, 2003)

Ángel Acosta León “Cafetera №1” (1960)
Ángel Acosta León “La nave” (1961)

En una arista formal totalmente opuesta encontramos la obra de Servando Cabrera Moreno. Trabajó también la temática histórica, lo cubano, “el autorreconocimiento del hombre como el gran gestor de la lucha por la libertad largamente soñada y por fin conquistada” (Catálogo Arte Cubano, 2003), pero es sin dudas el cuerpo humano su gran pasión. Sus pinturas más enmarcadas en la poética y la anatomía humana resaltan por esa unión entre delicadeza y arranque fuerte, vigoroso e incluso erótico que devora sus líneas. Sus cuerpos, desnudos o no; su pincelada que devela transparencias junto con ese espíritu viril y desgarrador; pudieran quizás rememorarnos a las obras del pintor vienés expresionista Oskar Kokoschka (sobre todo en La novia del viento), pues este último consigue que “su subjetivismo siempre -esté- condicionado por la realidad que tiene delante. Hurga en ella y la altera, pero no se le separa nunca. Vive dentro de ella con un tormento personal.” (Micheli, 2004)

Oskar Kokoschka “La novia del viento” (1913–1914)

Y es que el tormento y la pasión puramente sexual de esta obra de Kokoschka pueden ser realmente equiparados con la fuerza de espíritu y con “esa magnificencia de lo pulsional”, a la cual se refiere Rufo Caballero, y que alcanza Servando “sólo de una connivencia proporcionada entre la lírica y la violencia, la poesía delicada y la turbulencia del espíritu (…) No hay Servando sin explosividad, sin tormento. No hay Servando sin violencia.” (Caballero, No hay Servando sin violencia, 1999). Su lírica erótica nos refleja un mundo espiritual muy vasto deseoso de salir, de explorar y crecer. No hay forma de no quedarse extasiado ante la magnitud de esos cuerpos entrelazados y robustos, que se compenetran más allá de lo sexual; de esos troncos que dejan a la imaginación todo lo demás; y de las transparencias y colores suaves, que contrastan con esa violencia interior.

Servando Cabrera Moreno “El gran jinete” (1964)
Servando Cabrera Moreno “Homenaje a la soledad” (1970)

Mariano Rodríguez es uno de esos pintores en los que definitivamente una rápida mirada no es suficiente para decodificar su obra. Paso por paso, detalle por detalle, el espectador va descubriendo en cada cuadro cómo lo que en un principio solo era mancha se va convirtiendo, a través de pinceladas rápidas y ágiles, en figura y forma. Las figuras se funden con el fondo y crean un maravilloso caos, que refleja lo convulso del momento. Tal es el caso de Playa Girón, obra en la que van apareciendo a través de las sombras, manos, rostros y siluetas, pues en la pintura de Mariano “la figuración, sin desaparecer del todo, se volvió tenue y fluctuante y los títulos quedaron como el mejor asidero” (Eligio, 2017). Su expresionismo abstracto incursionará durante los primeros años de los 60 en una obra ligada y comprometida enteramente con los procesos revolucionarios, pero evitando a toda costa el arte panfletario.

Mariano Rodríguez “Playa Girón” (1963)

No se puede dejar de abordar dentro de este ciclo de la plástica cubana la obra de Raúl Martínez. Nada mejor que comenzar con esta frase de Rufo Caballero: “A Raúl le interesa el cubano en Revolución, y ya no tanto una inmanencia de la insularidad (…) La estatura de Raúl Martínez ha sido dimensionada, con toda justeza, como el mayor paradigma del arte plástico en la Revolución: su historia, su ciclo de desarrollo pictórico, registra el ciclo histórico de la Revolución” (Caballero, Mea culpa de Raúl Martínez: El sentido de la sonrisa, 1995). Comenzando la década con un expresionismo abstracto que ya había hecho suyo, el artista fue descubriendo y modelando una serie de ideas tomadas del arte pop, la fotografía y el diseño, con las cuales logró crear una iconografía social auténtica. Así logra un maravilloso muestrario visual, que brota de la esencia del cubano y también de sus líderes. Logra captar y moldear el espíritu dinámico y diverso de esta época a través de sus héroes repetidos y de figuras históricas insertadas con el pueblo, porque es en conjunto que forman la historia.

Raúl Martínez “26 de julio” (1964)

En esta primera década revolucionaria los artistas desarrollaron lenguajes propios con los que se liberaron de todos los estigmas establecidos en lo referido a la identidad nacional. La figuración será clave en su expresión artística, pero la utilizarán para reflejar múltiples miradas, pues es una época cargada de visiones individuales. Los creadores de los 60, muchos más de los pocos mencionados, formarán parte de una nueva vanguardia pictórica, que registrará nuevas bases en el acontecer plástico cubano.

Bibliografía

Caballero, R. (1995). La aspereza que precede al amor. Casa de las Américas(№199).

Caballero, R. (1995). Mea culpa de Raúl Martínez: El sentido de la sonrisa. Unión(№20).

Caballero, R. (1999). No hay Servando sin violencia. Revolución y Cultura(№4).

Eligio, A. (2017). Pensamiento clásico del pintor moderno: continuidad, retorno y diálogos en la obra de Mariano Rodríguez. Mariano. Pintura, dibujo y cerámica 1950–1960. Catálogo razonado, Volumnen II.

Micheli, M. d. (2004). Las vanguardias artísticas del siglo XX. La Habana: Editorial Félix Varela.

Pereira, M. d. (2000). El milagro inconcluso de los panes y los peces. Universidad de La Habana.

Rodríguez, H. (2013). El abrazo de los sentidos: La obra de Servando Cabrera Moreno. La Habana. (Texto dado a conocer, en versión oral, en el Coloquio El Erotismo y Homoerotismo en la obra de Servando Cabrera Moreno, noviembre de 2013).

Rodríguez, H. M. (2013). En deuda con el expresionismo. El caso Cuba. La Habana.

Catálogo Colección Arte Cubano. (2003) Museo Nacional de Bellas Artes. La Habana

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