Una nueva masculinidad

La Jeringa
4 min readJun 4, 2022

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Por: Camila Zorrilla

Ilustra Javier Valdés

Cuando en pleno 2021 se pensaba que, luego de tantísimos años en escena, el wéstern cinematográfico estaba agotado y prejuiciado por espectadores y críticos; aparece en la gran pantalla una muestra del género refutadora de estas creencias. El poder del perro ha llegado para revalidar la infinidad creativa del Cine. Se trata de una obra diseñada con cierta meticulosidad, capaz de cautivar lo más puro del “Cine del Oeste”.

Con una trama peculiar, cuatro personajes incomparables, el uso del subtexto, la fuerza visual del conjunto, consigue fascinar al espectador casi incapaz de canalizar sus emociones. Si bien todos no sentimos ni apreciamos las cosas de la misma manera, no cabe la menor duda en que es un largometraje incapaz de dejar aséptico a cualquier tipo de público.

La película estuvo dirigida por la neozelandesa Jane Campion, como una adaptación de la novela homónima de Thomas Savage de 1967. Campion llevaba alrededor de doce años fuera de la Industria. Antes conocida por su excelentísima labor en La lección de piano (1993), con la cual obtuvo el Premio Óscar al Mejor Guion Original.

Sin embargo, con esta nueva producción alcanza una cúspide importante para su carrera. Combina el lirismo peculiar de su narrativa con lo más desmedido de la condición humana. Durante el transcurso del filme, hace del espectador un ente partícipe de la trama que comienza a plantearse una serie de interrogantes. Dichas interrogantes se mantienen hasta el final de la película, pues aún sin tener una conclusión abierta produce sensaciones de continuidad.

Recientemente se ha celebrado la premiación de los Óscar (2022), donde Jane Campion obtuvo el muy merecido premio al Mejor Director, gracias a su wéstern tan peculiar. Y entre todas sus peculiaridades sobresale que, aún tratándose de un filme del oeste, no fue necesaria la presentación en escena de ningún arma de fuego para alcanzar la violencia característica del género.

La mayor parte de la crítica ha definido a El poder del perro como una deconstrucción de la masculinidad. Probablemente se deba a la forma en que Campion explora las virilidades tóxicas. Ofrece una mirada impía respecto al sesgo masculinizado que despliega la actividad humana. Luego ubica una problemática contemporánea en la segunda década del pasado siglo. Además, recrea mediante la proyección de un hombre “distinto” la eterna masculinidad del wéstern.

Aunque gran parte del reconocimiento se lo ha llevado la directora, resulta imprescindible destacar las actuaciones de Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee y Jesse Plemons. Fueron los encargados de representar a los protagonistas de la trama. Al parecer esta selección de actores fue un gran acierto, pues la opinión generalizada destaca el trabajo de los mismos como parte imprescindible en el logro de tan buenos resultados. Interpretan a cuatro individuos muy diferentes entre sí, quienes mediante relaciones viscerales consiguen generar una atmósfera peculiar.

La película no contiene profusión de diálogos, por lo cual la capacidad actoral de los intérpretes es fundamental a la hora de otorgar vida a sus personajes. En este sentido, uno de ellos logra sobresalir y ganar en comentarios positivos. Se trata de Benedict Cumberbatch, quien tras varios años de experiencia reafirma su talento en escena.

La violencia de este filme traspasa el estado físico para adentrarse en el psicológico. Es una especie de martirio que llega incluso al espectador, desfasado por la sucesiva aproximación de un anticlímax. La historia en sí es un tanto perversa. En principio se torna lenta, muy lenta, pero eventualmente cobra otro ritmo, un poco más acelerado, aunque no lo suficiente como para prescindir del adjetivo “lento”. No obstante, abarca un punto medio donde se altera el sentido aparentemente. Cuando esto sucede las expectativas del público cambian.

La narrativa es muy precisa y bien acabada. Envuelve la trama alrededor de un quinto personaje al cual se hace alusión desde un comienzo, pero nunca aparece en escena. Como si se tratase de un ser espiritual que inspira al protagonista (Phil), Bronco Henry se refleja en la imagen del perro silueteado entre las montañas. Ese perro representativo de toda la rudeza del hombre, la violencia, la soledad, la crueldad, la nostalgia, el temor a la vulnerabilidad, los deseos reprimidos, la homofobia. Y es precisamente bajo estos preceptos que se desarrolla la vida de Phil, eternamente enamorado del perro.

El resultado tan magistral, alcanzado por esta película, tampoco hubiese sido posible sin la presencia de Ari Wegner en la dirección fotográfica, y la banda sonora a cargo de Jonny Greenwood. El trabajo de Wegner ha sido alabado de forma unánime, pues la fotografía de este filme es excelente y de ello no cabe la menor duda.

Con mucho detalle, capta la fragilidad del ambiente y los personajes. Consigue planos precisos, saturados y nítidos. Tanto así que este trabajo le llevó a estar entre las poquísimas mujeres nominadas (en dirección de fotografía) a los Óscar, aunque lastimosamente no alcanzó el premio. De igual forma, su fotografía hace sentir que se está en presencia de una verdadera obra de arte.

Por otra parte, la banda sonora (en cuanto a música se refiere) es la cereza del pastel en este filme. Cada momento va acompañado de una melodía acorde, que envuelve y unifica. La música fue originalmente diseñada para la película como eslabón fundamental en un equipo de producción muy unido.

Hablamos de un wéstern que tuvo alrededor de diez nominaciones a los Premios Óscar 2022. Ganó León de Plata de Mejor Dirección en el Festival de Cine de Venecia. Consiguió un elevado porcentaje de aceptación por parte del público, y aun así, continúa cosechando éxitos porque hace que cada nuevo espectador se sumerja en una verdadera experiencia sensorial.

Este largometraje es un nuevo legado para la identidad masculina y también para el género cinematográfico. Trabaja sobre lo imprevisible, reivindica las posiciones de poder. Una obra muy bien pensada y con intenciones claras. Vale la pena trasladarse a la Montana de 1925 por 128 minutos, adentrarse en la casa de dos hermanos tan opuestos como peculiares y vivir una aventura transgresora.

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